Psicología deportiva y relaciones familiares: soltar para rendir
No siempre lo que preocupa más a un deportista es el entrenamiento, la competición o las lesiones. Cuando hablamos de psicología deportiva y relaciones familiares, a veces no imaginamos el peso invisible que muchos deportistas arrastran sin ser conscientes de ello.
Este es el caso de un deportista con el que trabajé hace poco.
Llegó por un tema de rendimiento, pero pronto apareció lo que realmente le quitaba foco, energía y libertad. Un patrón invisible, pero constante: vivía pendiente de su casa y de su madre.
Tanto que se había olvidado de sí mismo.
Todo lo que hacía para ayudarla… también era una forma de control
Su madre vivía sola, con sus 2 hermanos que entraban y salían con las novias. Sufría episodios de depresión mayor y él chequeaba de distintas formas si empeoraba o no. Me mostró su lista de “deberes”:
- Llamarla cada noche.
- Comprobar si necesitaba dinero.
- Coordinarse con sus hermanos para vigilar cómo estaba.
- Bombardearla a hacer actividades para animarla.
- Pasar cada 1 semana por casa para chequear el ambiente y ver que todo estaba bien.
Parecía cuidado.
Pero él mismo lo dijo en una sesión:
“No cambiaría a mi madre por nada del mundo, pero todo esto, en el fondo, lo hago para que sea diferente.”
Ahí apareció la paradoja. «Quiero a mi madre como es, pero no paro de hacer cosas para que cambie».
Y empezamos a dibujar juntos el camino hacia la puerta de salida.
El conflicto de fondo: ¿y si me parezco a mi padre?
El deportista estaba atrapado en una idea:
“No quiero ser como mi padre. Y si no estoy ahí, si no la cuido, siento que lo soy.”
Ese miedo lo llevaba a estar en guardia. A vivir en alerta. Sin poder atisbar una salida a ese estado de alarma que acababa llevándolo a la extenuación mental. Porque para él «era normal estar preocupado por su madre».
Y lo más duro: cuando se desconectaba un poco y su madre no le decía nada, le invadía la culpa.
El pensamiento de fondo era:
“¿Y si se hunde y no me entero? ¿Y si no soy un buen hijo?”
Puedes imaginar que en medio de esta tensión, los intentos de cambiar a su madre acababan en discusiones, culpa y malestar.
Un día, lo dijo claro: “ya no quiero ser el socorrista de mi madre”
Así, sin más.
Estábamos hablando de una situación familiar muy concreta, cuando soltó esa frase.
“Estoy cansado. Ya no puedo más. Ya no quiero ser el socorrista de mi madre.”
Le devolví la metáfora:
“Tal vez no tienes que ser el socorrista. Pero… ¿entonces quién vas a ser a partir de ahora?«
Me contestó, después de un largo silencio mientras examinaba el techo: «Igual puedo ser el de la ambulancia.”
El que ayuda si hace falta.
El que llega cuando lo llaman.
Pero que vive su vida mientras tanto.
Lo que cambió no fue su madre… fue él y su relación
Su madre seguía igual.
Con su caos, sus silencios, sus contradicciones.
Pero él empezó a probar cosas nuevas:
- Hablar sin miedo, desde el reconocimiento.
- Decirle que confiaba en ella.
- No anticipar. Esperar a que le pidiera ayuda.
- Dejar de vigilarla y empezar a llamarla por gusto, no por control.
Y algo curioso ocurrió:
Él empezó a sentirse más centrado.
A entrenar con más claridad.
A recuperar espacio mental.
También cambiaron pequeñas cosas con su madre.
Antes, él era el primero en llamarla cada noche para saber si había tomado la pastilla o si había ido al médico. Ahora, pasaban días sin hablar, y no por enfado, sino porque empezaron a tener espacio.
Ella, curiosamente, empezó a preguntar más por él. A veces le decía: «Te noto diferente. ¿Estás bien? Se te ve más tranquilo.»
En vez de llamarla por obligación, le enviaba una nota de voz espontánea con un: «hoy me he acordado de ti al ver esto.»
Y descubrimos que había un mensaje implícito muy potente: cuando él dejaba de preocuparse tanto, le estaba diciendo a su madre que la veía capaz de manejarse sola. Cuando se preocupaba en exceso el único mensaje que le mandaba era: «tú no eres capaz por tu cuenta».
Y sin que nadie lo buscara, esa relación se volvió un poco más real. Menos pesada. Más humana.
El paciente en consulta me dijo: «siento que vuelvo a tener una relación sana madre e hijo, con sus discusiones y sus momentos de tensión pero por las cosas típicas de alguien que se quiere. Y qué raro sería que todo fuera perfecto con mi madre ¿no? Estoy aprendiendo a no forzar la situación. Mi madre me ha criado y ha llegado hasta aquí por su cuenta. No la puedo seguir tratando como si fuera débil o no supiera qué es lo que le pasa. Ella es muy fuerte. Y yo no he sabido valorarlo… ¿he estado realmente ahí para ella o estoy empeorando todo? Lo veo todo de otra forma y estoy haciendo para cambiarlo.
Aprendizajes que se llevó (y que vale la pena compartir)
Él empezó a entrenar con más claridad. Como si hubiese soltado lastre. Ya no llegaba al entrenamiento con la cabeza hecha un lío. Volvió a disfrutar del esfuerzo. Según él, era como una sensación de ligereza que le daba alas. Como si su cuerpo le estuviera diciendo: «gracias por dejar de cargar con lo que no te toca». Lo que le quedó muy claro, y me gustaría que a ti también:
- El miedo a que su madre cayera en depresión o la ingresaran de nuevo era muy real. De hecho le incomodaba esa sensación de incertidumbre que le llevaba a actuar como pollo sin cabeza para calmarla. Esto se convirtió en un ciclo vicioso que cada vez era peor.
- Puedes querer y estar al lado de los que más quieres sin vigilar.
- Puedes estar disponible sin estar en alerta.
- A veces, el verdadero cambio no es en la otra persona, sino en cómo tú te relacionas con ella.
- Y sobre todo: “si alguien se cae, lo ayudas. Pero no puedes vivir atado por el miedo de que se caiga.” No hagas de socorrista cuando nadie se está ahogando.
Conclusiones sobre la psicología y las relaciones familiares
Hay batallas invisibles que se libran fuera del campo o la pista, pero que impactan en cada jugada, cada entrenamiento, cada decisión.
Y muchas veces, la verdadera mejora no está en el rendimiento, sino en liberar ese peso emocional que no te deja ser tú.
Soltar no es dejar de amar. Es dejar de cargar. Cuando este deportista se dio cuenta de su mochila y empezó a entenderla y gestionarla, su cuerpo rindió más y su mente descansó.
El deportista aprendió a hablar desde el reconocimiento, confiar en otra persona cuando no era nada fácil, manejar su miedo, no anticiparse a la situación y a disfrutar de la relación. Y eso que aprendió con su madre, lo hizo crecer en el terreno de juego.
¿Casualidad? No. El Psicodeportivo.
Si te interesa el tema, te dejo un enlace para que puedas profundizar en esta relación entre psicología deportiva y relaciones familiares.
Y también te dejo el enlace a mi blog donde te voy contando cosas como estas.
Nos vemos en la próxima.