Cómo perdí mi carrera (antes de empezar) y descubrí mi propósito

Londres olía a lluvia y a oportunidad
Yo tenía 15 años y un sueño entre las botas: jugar al fútbol profesional. Venía de una salida amarga del Barça, pero no pensaba rendirme. Me surgió una oportunidad en Inglaterra, en el West Ham, gracias al representante que compartía con un compañero de equipo, que había sido el mejor jugador de España dos temporadas antes (a él también lo echaban). Fuimos juntos a probar. A él no lo cogieron. A mí sí. Y aquí empieza la historia de superación en el deporte.
A partir de ahí, todo fue muy rápido.
Con 17 años debuté con el segundo equipo (los reservas). Con casi 18 ya entrenaba regularmente con el primero. Y con 18-19 empecé a hacer las pretemporadas con ellos y entrenar regularmente. Me sentía preparado. Me estaban mirando. Me lo había ganado.
Y entonces, me dijeron que iba a debutar. Era un partido de Copa. Todo estaba listo. El utillero del primer equipo me llamó:
“Ven, Sergio, que tengo algo para ti”.
Me enseñó la camiseta.
La mía. Con mi nombre.
La del primer equipo del West Ham.
No era un sueño. Era real.
La semana que debía cambiarlo todo… lo rompió todo
Pero el destino no avisa cuando gira.
Ese partido de Copa coincidía con muchos otros en Londres: el Arsenal, el Tottenham, el Fulham, el Chelsea… Y justo esa semana, estallaron manifestaciones. La policía no podía garantizar la seguridad en todos los estadios. Así que lo suspendieron. Se pospuso unos días.
Y en ese margen, en un entrenamiento con el primer equipo… me lesioné. Fuerte.
A partir de ahí, el castillo se vino abajo. El West Ham bajó a segunda. Se marchó Gianfranco Zola. Llegó Sam Allardyce. Cambiaron los directivos, la presidenta, los entrenadores. Y conmigo… no contaron más.
Mi oportunidad desapareció en cuestión de semanas.
Del bajón a la rabia. De la rabia al silencio
Me pasé meses sin saber qué hacer. De golpe, ya no era el chico que iba a debutar, el que lo tenía hecho. Era el que se rompió antes de tiempo. Sentía que ya no valía. Que todo lo que había trabajado no había servido de nada. Si había dado y sacrificado todo, ¿qué coño estaba pasando?
Pasé por fases:
- Primero, hundido.
- Luego, rabia.
- Luego, el silencio.
Ese silencio donde no sabes ni quién eres ni a dónde vas. Donde te preguntas si todo esto ha valido la pena. Donde incluso dejas de entrenar. Y yo lo hice. De hecho, dejé el fútbol durante un año. Me alejé de todo. No podía ni verlo.
Volver a vivir (aunque ya no fuera lo mismo)
Poco a poco empecé a recuperar las ganas. Volví a jugar, pero ya sin esa presión, sin ese sueño. Me permití disfrutar del fútbol sin esa exigencia que lo había convertido en una carga.
Y entonces, el giro inesperado: empecé a estudiar. Entré en una empresa donde hacían formaciones potentes, con programas de desarrollo y entrevistas en profundidad. Y en una de esas entrevistas, me preguntaron por mi historia de superación en el deporte.
La conté como siempre: “me rompí, no fue culpa mía, todo estaba bien hasta que me lesioné…”
Pero me miraron a los ojos y me dijeron:
“¿Y tú no cometiste ningún error? ¿No crees que algo podrías haber hecho tú también diferente?”
Fue un bofetón. Un espejo.
El día que dejé de fingir
Ese momento me cambió. Dejé de contarme la historia cómoda de superación en el deporte. De pensar que todo lo que me pasó fue simplemente mala suerte. Empecé a responsabilizarme. A entender que no se trata de culpas, esfuerzos titánicos en soledad, ni lamentaciones… sino de aprendizajes.
Y sobre todo, dejé de fingir.
De fingir que todo iba bien.
De fingir que no me dolía.
De fingir que lo tenía superado.
Me permití sentir la tristeza, el duelo, el vacío.
Y entendí que eso no era debilidad. Era fuerza.
Porque fingir exige energía. Pero aceptar transforma.
Hoy no soy futbolista. Pero entreno a los que sueñan con serlo
Hoy soy psicólogo del deporte. Trabajo con deportistas que viven lo que yo viví:
- Miedo al error.
- Ansiedad anticipatoria.
- Problemas para dormir o comer antes de competir.
- Dudas que los bloquean.
- Rabia, tristeza, vergüenza.
Trabajo también con sus familias. Con padres y madres que quieren apoyar, pero no saben cómo. Que ven a sus hijos apagarse poco a poco por culpa de la presión.
Y te digo una cosa: hay solución.
Cuando un deportista aprende a gestionar su mente, empieza a competir mejor. A disfrutar más. A sentirse más libre. Y sobre todo, a entender que su valor no depende de un resultado, sino de cómo se enfrenta a cada reto.
El talento no debería perderse por no saber gestionar la cabeza
Yo soy Sergio.
No juego ya en el Barça, ni en el West Ham. Pero trabajo con deportistas, familias y clubes del Vallés.
Entreno a los que sueñan con llegar ahí. O a los que quieren estar mejor mientras trabajan para ello.
Y me aseguro de que ningún talento se pierda por no saber gestionar lo que pasa dentro.
¿Te pasa esto?
- ¿Sientes ansiedad antes de competir?
- ¿Te bloqueas cuando llega el momento importante?
- ¿Te juzgas demasiado por cada error?
- ¿Sientes que entrenas bien pero no rindes igual en competición?
Escríbeme.
Sé exactamente por lo que estás pasando.
O contacta al 695317364 o en @elpsicodeportivo
Aprende a competir, disfrutar y cuidarte como te mereces.